HISTORIA SIMILAR A SEPULTURA 13
Casas embrujadas de México: La historia de la casa de la calle de Aramberri.
Todavía de madrugada, más o menos a las
seis y media de la mañana, Delfino Montemayor se despidió de su esposa
Antonia Lozano de 54 años para asistir a su empleo en la Fundidora de
Fierro y Acero de Monterrey; mientras la hija de ambos llamada Florinda
Montemayor con tan solo 19 años, aún seguía durmiendo. Al regresar por
la tarde don Delfino vio a su esposa e hija cruelmente asesinadas.
Esta familia procedente de General
Zuazua, Nuevo León, había vendido todo su patrimonio para establecerse
en Monterrey. Al saber que tenían dinero en efectivo, un grupo de
delincuentes penetró en la casa y asesinó a la madre y a su hija para
luego huir con las pertenencias.
Cuando arribaron las autoridades,
quedaron asombradas por la forma tan salvaje del crimen cometido. La
sospecha se fue sobre unos parientes de la familia pues la puerta de
entrada no había sido forzada y las infortunadas mujeres permitieron en
su momento el acceso a sus agresores.
Un detalle guío a la captura de los
asesinos: había un rastro de sangre que salía de la casa con rumbo a
otro domicilio situado a escasos metros. Para asombro de todos, dos de
los asesinos resultaron ser sobrinos de la señora Florinda y hallaron
las pertenencias de la familia en el negocio que tenían a la vuelta de
la casa. Uno de ellos llamado Gabriel habló. El y dos secuaces planearon
el robo junto con un chofer y el asesinato de las mujeres, a quienes
mataron para no ser reconocidos. Arrestados y en espera de una dura
condena, fueron ejecutados al aplicarles la ley fuga en una loma llamada
de la santa Cruz, situada a la entrada y en enfrente del cementerio de
General Zuazua, Nuevo León. Luego los cuerpos de los asesinos fueron
expuestos para calmar el morbo y las buenas conciencias de la sociedad
regiomontana de la época.
La gente del Monterrey de entonces lo
calificó como una venganza ordenada por el padre y esposo de las dos
mujeres que perdieron la vida. El crimen se fue borrando de la memoria
de los vecinos, pero no los extraños sucesos que se desencadenaron de
ahí en adelante en la casa Aramberri.
Los cuatro maleantes reconocieron lo
siguiente: originalmente acudieron con la intención de cometer un robo
pero terminaron degollando a sus víctimas. Se llamaban Gabriel
Villarreal, Emeterio González de León, Pedro Ulloa y los hermanos
Heliodoro y Fernando Montemayor, ambos sobrinos de los dueños de la
casa. Hubo otro cómplice a quien le apodaban “el ciego ” pero no
participó directamente en el crimen.
Un detective llamado Inés González
encontró la primera pista para hallar a los culpables: un rastro de
sangre salía de la casa. En este proceso repleto de pistas y conjeturas,
el camino repleto con las gotas de sangre que salen de la casa donde
ocurrieron los asesinatos hasta conducir a una carnicería propiedad de
Gabriel y Emeterio tan famosos en ese barrio. En consecuencia, la
captura de los malandros es inminente.
Mucho de lo que se sabe acerca del
crimen de la casa de la calle de Aramberri se debe a los periódicos de
la época, a versiones orales, al expediente judicial y a dos novelas: la
primera publicada al poco tiempo del fatal episodio escrita por Eusebio
de la Cueva y la segunda por Hugo Valdés Manrique en 1994.
A esta obra le debemos casi todo lo
referente al crimen. Recientemente la dirección de publicaciones de la
UANL hizo una edición ampliada incluso hasta en formato electrónico.
Durante mucho tiempo la casa situada en el número 1206 de la calle
Silvestri Aramberri estuvo abandonada y ruinosa. De pronto se convirtió
en un sitio turístico inevitable para quienes salían en los bares y
antros del Barrio Antiguo de Monterrey durante las madrugadas.
Tal vez por la necesidad de tener una
experiencia sobrenatural o por los efectos del alcohol, pero quienes
acudían a la casa decían escuchar los gritos y lamentos de dolor. Decían
que los espíritus de las mujeres asesinadas no descansaban en paz. El
crimen de la casa de la calle de Aramberri cobró más fama cuando comenzó
a hablarse de la existencia de un perico. Basada en una versión oral y
luego justificada en una psicofonía grabada que repetía incansablemente
unas palabras emitidas por un loro que serían fatídicas: “Díles que no
me maten, Gabriel”.
Aprovechando la vibra de la casa, unas
personas vinculadas a la brujería acudían para llevar a cabo ritos y
sacrificios de animales, por lo que las puertas y ventanas de la casa
debieron ser selladas y enrejadas para cerrarles el acceso. Aun así la
gente se las arreglaba para entrar, haciendo agujeros en la pared o por
el techo.
En el año 2002, siendo gobernador
Fernando Canales Clariond amenazó con tirar la casa para terminar con
los rumores existentes que alteraban la paz del barrio. Otros hablan de
un segundo asesinato dentro de la casa pero fue desmentido por la
policía, tal vez con el fin de evitar intromisiones y nuevas travesuras.
Por ejemplo, cuando llegaban los
visitantes salían misteriosamente unos niños que se ofrecían como guías a
través de las habitaciones y del patio. Al concluir el recorrido pedían
una gratificación y amenazaban a los presentes: quien llega conduciendo
el vehículo siempre termina en un accidente automovilístico.
Actualmente la casa Aramberri permanece cerrada y tapiada. Y a causa de
su pasado trágico y de la leyenda que la rodea, no la dejan descansar en
paz.
En la obra de Hugo Valdés se descubre
una cara ignota de Monterrey. Ahora se nos presenta como una ciudad
violenta, insegura y poblada por nuevos vecinos que llegaron a Monterrey
atraídos por la fama del trabajo y el sueldo seguro. Una fama que ahora
nos agobia y no nos deja vivir tranquilos ciertamente.
(FUENTE: sabinashidalgo.net)
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